viernes, 28 de diciembre de 2007

Óleo


Estoy con este suéter (al que por acá llaman "de Evo Morales") sacando "Óleo". Ayer tarde se fueron Brei y Mery y nos dejaron unos días cargados de momentos lindos y apaciguados. Estas gurisas... corrigiéndome las j y g, diciéndome que ya había perdido las mías. Qué dolor. Ya van tres personas que me lo dicen en una semana. Conocieron la vieja Pamplona, las maravilló, pero más les impactó Donosti (¿a quién no?). Conocieron a mi gente, nuestra gente, hablamos por los codos y más allá. Le guiñamos el ojo a Hemingway en las paredes de los bares. Son buscadoras, no paran. Brei es un huracán y aunque se muera de frío y tome de por vida capuccino, se va para Londres.
Concluimos que el deseo es el motor de nuestras vidas. Hablamos mucho de esto: el deseo es lo que te tira y tira para adelante, el que arrastra tus aspiraciones. Es un gran elástico, es tensión y a la vez, felicidad. También lo preguntó un amigo el otro día en una cena casual: ¿por qué tenemos miedo de hablar de él? ¿por qué no le ponemos nombre? A veces se puede caer en el lugar común (ja, mi enemigo) de asociarlo con seducción, bajos instintos, codicia...cuadradez mental, flaco. Es otra cosa. Brei lo sabe. Hablamos horas de eso, de lo que significa cumplirlo y lo que pesa evadirlo.
En la noche de Navidad rompió el aire con su guitarra y los acordes de Óleo: eso es deseo. Pegué un salto de emoción, como si escuchara el guaraní. Él lo sabe: me sonrió y me puse loca de contenta.


Ésta si que es una entrada rara, ché. Aunque tal vez me venga bien para purgar esta pena: no gané el concurso de relato breve. Estoy de duelo, soy la viuda del cuento. Tal vez imprima estas entradas y me quede, así, con un especie de consuelo.

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