domingo, 13 de enero de 2008

Donde habita el olvido


No se trata de algo sideral, sino de una costumbre del destino para conmigo. Vivo atravesando un espacio donde, de pronto, surge un agujero negro, un pozo ciego donde se caen cosas que no vuelven a aparecer. Las pierdo. Y así va una lista innumerable de aros y pendientes de oreja, pulseras, paraguas, tarjetas de la universidad, billeteras, bolsos, bufandas, camisetas e incluso, tuppers con comida. Todo se va y no regresa. Por supuesto, para no hablar del dinero, que vuela como después del verano, adiós, gaviota. Durante la carrera me hice amiga del conserje de la Oficina de Objetos Extraviados, un elegante nombre para el rincón de los taimados, y actualmente soy íntima de los bedeles.

Sufro, sí, es mi propia cruz, mi karma (en conceptos orientales), mi parte no asumida del talón de Aquiles. Es que no lo acepto y protesto.
Desde hace días trato de reírme de mi última perdición: una pilita de dinero, mis ahorros para estas rebajas. Una vergüenza, me haría a mí misma un escrache público, unas pintadas injuriándome políticamente: ¡Abajo el despilfarro!, pero no solucionaría la decepción reinante.
Puedo sacarle provecho, puedo decir que de esta manera me volveré menos material, más contemplativa, menos consumista, pero 27 años de extravíos hacen de esto una segunda naturaleza, una situación irremediable y de energías renovables.

Lo único que me alienta es saber que, en algún momento, me darán el regalo de visitar ese sótano de cosas perdidas al que llegaré en un arrebato de gloria. En aquel reencuentro, sabré que hice feliz a mucha gente con sus hallazgos, que ayudé a pobres y di de comer a muchos colectiveros, que muchas usaron mis guantes y, sobre todo, que alguien descubrió qué hacer con todos los aritos impares.

Cada vez que encuentro cosas en la calle pienso en aquellas personas como yo y, entonces, ya no sufro tanto. Comprendo que el mundo consiste en esto, en una galaxia de cosas que circulan, como aquel suéter de rayas que pasó de mi hermano grande hasta el más chico y que ahora debe estar abrigando a alguien del Bajo Flores o se convirtió en el trapo de lustrar de mi vecina.
Lo importante es saber que el pozo ciego va donde voy y que, tal vez, moriré sólo con lo imperdible, lo que tengo pegado al cuerpo.

4 comentarios:

BRUJIS dijo...

Jajaja! Comparto tu pensamiento. Imagino que, en lo que uno no ve las cosas, salen por algun diminuto costadito 2 pies y se van por ahi, a dar la vuelta al mundo... para dejarnos turulecos a nosotros buscandolos por todos lados.
Un beso desde el mar de Pinamar.
Gaby.

Anónimo dijo...

Lo dice la ley física, lo dice el cantautor uruguayo acerca de la vida: "nada se pierde, todo se transforma"

Besos

Lour

Raymunde dijo...

Doctor, lo mío es incluso más grave: pierdo... el tiempo, doctor, el tiempo. Es mi sino: no sé cómo lo hago, imagino que tengo las manos como tenedores, que se me escapa todo él por los espacios intermedios... Y lo peor es que mi pérdida no hace feliz a nadie. Vamos, que por no hacer feliz a nadie, ni a mí, porque resulta que este despilfarro de secundos me atormenta en lo más hondo de mi corazón. Eso sí, lo escondo con gracia (tanto el despilfarro, como el corazón).

¿Qué se puede hacer, doctor?...

Anónimo dijo...

Esa de "Lo único que me alienta es saber que, en algún momento, me darán el regalo de visitar ese sótano de cosas perdidas al que llegaré en un arrebato de gloria" es buenísima.

Tiene algo de bienaventuranza (perdón si soy irreverente): algo como "felices los que todo lo pierden, porque todo lo encontrarán".

Y por lo pintoresco del sótano paradisíaco me hizo acordar a la ardilla de "La era de hielo" cuando llega al paraíso donde hay una bellota tamaño baño.

Trasatlánticos saludos.