miércoles, 14 de mayo de 2008

Agua sobre el teclado


La del otro viernes fue de esas escenas torpes que uno quisiera que fueran públicas por lo ridículas. Me vinieron a la mente las admoniciones de los profesores de metodología sobre las mil maneras de que tu tesis se arruine. Fue casi de manual. Un ángel protector salvó mi portátil del colapso, invocado por una danza tribal, mientras sacudía el agua que cayó sobre el teclado. A eso, le sumamos horas de secador de pelo durante el fin de semana. Resultado: está vivita y coleando; firme como rulo de estatua.

Dejo estas pequeñas tragedias que siembran mi vida y me dedico a pensar en esta época de vacíos afectivos en Iruña: época de despedidas, de comidas de fin de todo, de últimas reuniones. Movimientos sísmicos típicos de masters y doctorados: todo concluye al fin, cantábamos en 7mo grado. Aquí esa canción se repite cada año. A veces duele más y otras, menos. Y esa proporción crece a medida que uno está más tiempo. Tampoco ser de esos (noten mi desdén) que prefieren no encariñarse para no sufrir la separación (tengo testimonio orales de esto); aunque los entiendo, por que es muy fea la sensación de empezar a hacerte amigo de alguien y contar con fecha de caducidad presencial.

Al final, vengo a reconciliarme con el hoy en este verde rincón del mundo. El hoy del instante, el inigualable hoy.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mojar el teclado es una verdadera pena, sólo perdonable si es por causa de beber unos ricos mates. Eso lo perdona todo.