domingo, 22 de junio de 2008

Me alegra, me mata, me enloquece

Después de lluvias intensas y vientos de huracán, vino a instalarse un solcito de inverno a juego con el día más corto del año. Acabada la sensación de desequilibrio –al menos por un rato- superamos la intromisión de la política en nuestras vidas y se presentaron las cosas esenciales. Un sobrino diciendo tu nombre. Una charla largamente esperada. Una cena simple y llena de significado. Miradas de entre casa. Muchos mates que se aguan después de mucho tiempo de hablar. Y muchas horas de biblioteca.

Y así, en esta contradicción permanente en las que nos coloca esta ciudad: amarla y odiarla, alternadamente y a la vez -una esquizofrenia elegida y hasta casi poética-, nos reencontramos con pequeñas cosas que amamos de verdad:

Una buena empanada de cebolla y queso.

La cara comprensiva de una empleada que no sabe lo que le preguntás pero va a averiguarlo con toda sus fuerzas.

Los besos de todo el mundo cada vez que saludamos.

El “¿me esperás hasta que entre?” que le decimos al taxista cuando nos deja, tarde, en la puerta de casa.





1 comentario:

Ale's mom dijo...

Qué rico estar en casa.