miércoles, 20 de agosto de 2008

Chatica

Yo, que siempre soñé con una casa con patio, casi no me acuerdo del que tenemos ahora, en los fondos de un aire-luz al que llega el polvo. Sólo perdemos tiempo en él cuando lo limpiamos. Ahí van a caer los restos infieles de nuestros vecinos: puchos, hojas, bolsas de la compra, broches de ropa estrangulados. Ni sol. Cae un par de rayos arácnidos entre las 12 y la 13, y sólo en verano. Lo cercan dos medianeras bajas, como de un metro, por las que la vecina me habla.

Ella es de un pueblo (se me ocurre que de Ablitas) y viene cada tanto a hacerse rehabilitación en la clínica. Tiene su piso frente al nuestro. A través de las rejas de sus ventanas (para que no se cuelen los gitanos imaginarios) me habla cuando salgo al patio, vestida con mi peor pinta y mi peor humor. Ese suelo solamente se puede limpiar cuando uno está de malhumor. Ahí riego mi energía hormonal. Y ella me habla...

-¡Chaticaaa! ¿Cuántos de familia sois en tu piso?

Al instante, lamento mi parquedad urbana, mi formación de no-dar-datos-a-extraños, mi tirantez de ama de casa advenediza. Miro al suelo. Le cuento que dos. Prosigue su historia, su tiempo, su sonrisa avejentada. Su voz de pueblo, olor a huerta y chistorra en fiestas.

- Yo soy sola. Esta vez, he venido por tres semanas.

Lo sabía porque había visto la luz de la cocina encendida, en paralelo a la nuestra, cuando nunca se ve más que sombras y persianas.
Pongo mi mejor acento local y navarrizado (no va a ser que descubra que soy extranjera y tenga más tela de la que tirar) y la dejo conforme con dos o tres datos. Sigo barriendo.

- Pues, ya sabes. Aquí estoy, pa´ lo que necesiteis.

Desaparece entre dos barrotes finitos. Y pienso que es tan chiquita que podría atravesarlos. Se esfuma su bata y sus rulos de mañana.

La próxima... tal vez.






imagen: www.radona.org

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