El domingo hicimos una escapada a Logroño (Rioja) y Laguardia (Rioja Alavesa: esa parte del País Vasco que no tiene mucha pinta de tal, pero que es precioso).
Llegamos el día después de la fiesta de la vendimia, con las vides a punto de reventar y unos montes blancos de arena como de cartón pintado. Llegar tarde a una fiesta popular nos dejó un gusto amargo en la saliva, aunque la distención y la juerga seguían en el aire como coletazo de los días pasados.
En Logroño, hicimos todos los recorridos posibles al casco viejo y en una de sus callecitas tuve una de mis epifanías: descubrí que una intuición etimológica de mi niñez no estaba tan errada. Ahí, entre otros bares, Mikel eligió para el pincho de rigor la Pulpería de la Universidad: un lugar donde despachaban pulpos y familiares en forma de tapeo.
Aunque la imagen de la venta de pulpos en medio de las pampas (encerrados detrás de las rejas de la venta, con olor a aguaridante) me parecía delirante, no había ido lejos con mis maquinaciones.
Imaginación peregrina... no como la de aquella maestra que, ante la pregunta "¿Y ahí se vendían pulpos, seño?", nos mandaba a callar.
Llegamos el día después de la fiesta de la vendimia, con las vides a punto de reventar y unos montes blancos de arena como de cartón pintado. Llegar tarde a una fiesta popular nos dejó un gusto amargo en la saliva, aunque la distención y la juerga seguían en el aire como coletazo de los días pasados.
En Logroño, hicimos todos los recorridos posibles al casco viejo y en una de sus callecitas tuve una de mis epifanías: descubrí que una intuición etimológica de mi niñez no estaba tan errada. Ahí, entre otros bares, Mikel eligió para el pincho de rigor la Pulpería de la Universidad: un lugar donde despachaban pulpos y familiares en forma de tapeo.
Aunque la imagen de la venta de pulpos en medio de las pampas (encerrados detrás de las rejas de la venta, con olor a aguaridante) me parecía delirante, no había ido lejos con mis maquinaciones.
Imaginación peregrina... no como la de aquella maestra que, ante la pregunta "¿Y ahí se vendían pulpos, seño?", nos mandaba a callar.
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