lunes, 25 de enero de 2010

Artes guerreras de la pobreza


Cuando uno cree que es pobre, lo mejor que le puede pasar es conocer a alguien que lo sea aún más. La escasez trae mucha dureza, tristeza y agotamiento, pero también una luz parpadeante que se llama ingenio. No sólo me refiero a la pobreza material, sino a la miseria por ejemplo, de no tener condiciones para determinadas cosas. Así se ve que poverellos somos todos, y más aún esa Paris Hilton y sus almohadones estampados con su cara o la araña de cristales colgada del techo de su cocina en Beverley Hill. Paris es pobre porque es hueca y tiene un pésimo gusto para decorar. Hoy lo comprobé mirando una Hola de Navidades (... qué hacía hojeando una Hola es otro capítulo que no me deshonra en absoluto).

El ingenio, las luminarias: como A. el otro día cuando me explicó cómo podía convertir en pollera una bata de seda vieja, reciclando, tal como están haciendo algunas amigas argentinas frente al escándalo de los precios. Como la mamma y sus tortas especiales para los cumples del jardín de infantes: confeccionaba una caja circular con cartulina (símil  bizcochuelo) perfectamente simétrica y recortada, y las rellenaba con docenas de alfajores de chocolate comprados, envueltos a su vez. Esto era practicidad y arte. Como la geometría era lo suyo y no la cocina,  hacía lo que mejor se le daba, es decir, la matemática aplicada.

La pobreza se vive siempre, incluso en la comodidad. Muy pocos se salvan de las salas de espera. Para curarse, para nacer, para morir o tomarse un avión, el tiempo suspendido en una habitación cruzada por hileras de sillas es lo que, a la final, nos iguala a todos.

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