Hay escenas de la vida ordinaria que parecen de película, que vienen con banda sonora incluia en tiempo real o que generan en la mente una musiquita acorde a la situación. Por ejemplo, la Marcha de Radetzky siempre será la música de la primera mañana de F. en casa, y Always look on the bright side of life, la de su llegada al mundo. Ciertas charlas son de película porque dejan en el aire frases para la piedra, pero también situaciones nada elevadas ni especiales tienen un cariz fílmico. Así pasó el otro día en Madrid, mientras hacíamos las combinaciones entre las líneas 5 y 10, a través de los incansables túneles subterráneos. Llegamos, después de dos kilómetros bajo tierra, a un hall donde se cruzaban quichicientas escaleras y ascensores. En eso escuchamos una melodía muy conocida que salía de las cuerdas de una guitarra acústica que pedía monedas. Do, re, sol, fa sostenido, la música con la que todos aprendimos alguna vez a tocar. Él y yo empezamos a cantar a voz en grito, en medio de la multitud, mientras bajábamos las empinadísimas escaleras a nuevo destino. Hombres que bajan, hombres que subía, y los dos cantando sin vergüenza alguna la Zamba de mi esperanza, poseídos por lo épico del momento, añoranza, melancolía y promisión.
Los acordes se fueron perdiendo a medida que bajábamos, y entonces comprendí que esa escena era adecuada para mi futura película de western urbano. De pronto, él se detuvo en seco frente al mapa de estaciones; miró las terminales y dijo: Las Tablas, dirección Hospital del Norte. Enfiló la valija y agregó: Me había olvidado cuánto odiaba esa canción...
3 comentarios:
¡¡¡Bienvenida!!!
Tendrían que escuchar La cumparsita en uno de los miles de pasillos de Cuatro Caminos. Imperdible. Los vamos a extrañar. Besos
Qué bueno, qué bueno...
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