Hoy fue un día casi espantoso. No sólo porque neblinea como en Albión, sino porque tuve un maltrago laboral y estamos a final de semestre. Ese momento tan desesperante para la humanidad estudiantil, y para nosotros, cerrando notas y promediando a sangre fría.
Pero todas las semanas duras tienen un regalo dulce, y así tuvimos ayer el cocktail de la embajada del Paraguay, después de un día largo de un congreso sobre la historia y la cultura del país. Presenté una ponencia sobre una novela basada en la vida de Elisa Lynch, fascinante en los términos de mi gusto, ya sabrán. Pero no fue tan lindo eso, sino conocer a un país por su gente, por las charlas que tuve con colegas, por el cariño de los estudiantes.
Con una de ellas trabamos una conversación larga y supe rica. Me explicó cómo se hacía cada bocadillo paraguayo del cocktail, pura mandioca, y qué sinificaba el arpa que sonaba y la china que bailaba con su typoi. Bailaba sola -qué baile folclorico- y me dijo que a la chica le faltaba gracia y no usar el typoi con camiseta. Se usa solo, sin soutien.
Es un baile de cortejo, me dijo. Se baila seduciendo a alguien del auditorio. Las mujeres paraguayas somos muy sensuales...creo que es un modo de supervivencia.
Enseguida me contó de las catedrales y las capillas. Es decir, de cómo pervive y sigue siendo bien vista la poligamia. Una familia catedral, y las otras, capillas. Y las mujeres siempre fieles, llevando adelante todo. Y lo controversial del guaraní y sus modos de supervivencia. Y de los distintos tipos de tereré. Y le conté mi experiencia alucinógena de tomar tereré con fanta naranja. Imperdible.
Lo que más me hizo reír -para mis adentros, porque no podía hacerlo en público- fue el notar el odio acendrado del discurso que dio un diplomático, de un tono anti-argentino escandaloso. Escandaloso, pero comprensible. Me gustó sentirme espía: aha, eso piensan ellos de los porteños. No me extraña. Y a la vez, qué orgullo, qué belleza el guaraní, cuanta riqueza cultural. Qué americanos son los países supratropicales y qué atlántico lo nuestro. Qué aburrido.
Pensé en convertirme en paraguayista de un segundo a otro, pero recordè que algo parecido me pasó en Colombia. Así que concluí que Latinoamérica me enamorará siempre, de cabo a rabo.
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