martes, 8 de enero de 2008

La lombriz solitaria


Era común que alguna tía o abuela, frente a la angurria de algún chico de diez años en una mesa familiar, dijera "Pero este nene tiene la lombriz solitaria", en alusión a la cantidad de comida ingerida y la absurda flaqueza del comensal. Las viejas sabias no hablaban más que de la tenia y yo tardé años en aprender que ese animal seudo-mitológico que habitaba en los estómagos de los pibes flaquitos, existía.
La adolescencia lo descompone todo: uno aprende que eso es una enfermedad y que nunca más actúa mitológicamente después de los 25 años: cuando uno come, come y engorda.
En el fondo, hay otras lombrices solitarias. Nadie se hincha de saber o de amar, por ejemplo. Nadie se intoxica de tener amigos, aunque se tengan muchos, ni de pelis de campus ni de las letras de Silvio (o al menos, yo no) y la lista puede ser larga. Al contrario, me encantaría tener otras tenias, aunque sean sólo bienes intangibles. O habilidades, como esos ariscos punteos que van saliendo cada vez mejor.

(La mía, además de ser solitaria, es una lombriz-bufón).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi tía segunda creyó en la mitológica lombriz: como nada funcionó para hacerla adelgazar (o porque, simplemente, la lombriz le pareció una razonable primera opción), se tragó una tenia saginata. "Tenia", para los amigos (flacos).