Hubo una noche en que todas dimos a luz. Fue la vez (la madrugada, el hospital, el campo) en que Paty murió.
El sábado se cumplen 4 años de esto y cuando pienso en ella, se me ocurren anécdotas chiquitas: su voz el primer día del curso de ingreso (la tarde que volví a casa anunciando a todos tengo una amiga peruana!), sus ojos negros vivarachos, sus gestos maternales, el departamentito con la cocina-placard donde me quedé a dormir muchas veces. También me acuerdo de ese miércoles, antes de clase (quédate quieta, Euge, me dijo Paty mirando fijamente mi pelo) cuando me encontró mi primera cana.
Paty sufrió, tuvo hambre, se vistió humildemente. Trabajó en Navidad en una fábrica de zapatos. Fue dejada de lado por su comunidad. Pero también se recuperó. Vivió en una pensión, en una residencia, hasta que alquiló su primer piso. Lejos de Lima, lejos de su familia, de su querida Susy. Yo compartí con ella la austeridad de su vida, las charlas largas sobre nuestros sueños, las ansias por experiencias nuevas. Siempre disfrutaba de todo y agradecía sin parar. Y tenía la costumbre de decir lo que pensaba sobre mí, un gesto que por entonces me molestaba, pero que hoy agradezco.
Pienso su muerte a la luz del día anterior. Fue un regalo que nos dieron a las nueve amigas que la acompañábamos: compartir con ella todas esas horas. Fue un fin de semana en Luis Chico, después de los finales de verano. Ese viernes me tocaba dar el último examen y recibirme de profe, pero no lo di. Nos subimos todas a la camioneta Canale con nuestras mochilas, con ganas de alejarnos y de compartir unos días de relax. Paty hablaba sin parar, bajo las luces del atardecer de marzo y el tráfico demoledor del viernes porteño, pero estaba feliz, radiante, llena de ingenio. Yo cabeceaba, cansada de la semana, y sólo escuchaba por encima de otras voces su notición: había conocido a un chico, estaba enamorada, por primera vez después de mucho tiempo. No era la Paty de cinco años atrás cuando caminamos por los diques de Madero. Era una chica diferente. Tal vez la que me dijo que quería ser.
Cuando pienso en la noche del 12 de marzo, pienso en esa charla a voz confidente que tuvimos, sentadas en la cama del cuarto de Luis Chico, antes de la novena que ella misma leyó para todas…hablamos poco (ahora sé que demasiado poco), y la sonrisa se le escapaba por los cuatro costados…
ay, euge, estoy feliz.
El sábado se cumplen 4 años de esto y cuando pienso en ella, se me ocurren anécdotas chiquitas: su voz el primer día del curso de ingreso (la tarde que volví a casa anunciando a todos tengo una amiga peruana!), sus ojos negros vivarachos, sus gestos maternales, el departamentito con la cocina-placard donde me quedé a dormir muchas veces. También me acuerdo de ese miércoles, antes de clase (quédate quieta, Euge, me dijo Paty mirando fijamente mi pelo) cuando me encontró mi primera cana.
Paty sufrió, tuvo hambre, se vistió humildemente. Trabajó en Navidad en una fábrica de zapatos. Fue dejada de lado por su comunidad. Pero también se recuperó. Vivió en una pensión, en una residencia, hasta que alquiló su primer piso. Lejos de Lima, lejos de su familia, de su querida Susy. Yo compartí con ella la austeridad de su vida, las charlas largas sobre nuestros sueños, las ansias por experiencias nuevas. Siempre disfrutaba de todo y agradecía sin parar. Y tenía la costumbre de decir lo que pensaba sobre mí, un gesto que por entonces me molestaba, pero que hoy agradezco.
Pienso su muerte a la luz del día anterior. Fue un regalo que nos dieron a las nueve amigas que la acompañábamos: compartir con ella todas esas horas. Fue un fin de semana en Luis Chico, después de los finales de verano. Ese viernes me tocaba dar el último examen y recibirme de profe, pero no lo di. Nos subimos todas a la camioneta Canale con nuestras mochilas, con ganas de alejarnos y de compartir unos días de relax. Paty hablaba sin parar, bajo las luces del atardecer de marzo y el tráfico demoledor del viernes porteño, pero estaba feliz, radiante, llena de ingenio. Yo cabeceaba, cansada de la semana, y sólo escuchaba por encima de otras voces su notición: había conocido a un chico, estaba enamorada, por primera vez después de mucho tiempo. No era la Paty de cinco años atrás cuando caminamos por los diques de Madero. Era una chica diferente. Tal vez la que me dijo que quería ser.
Cuando pienso en la noche del 12 de marzo, pienso en esa charla a voz confidente que tuvimos, sentadas en la cama del cuarto de Luis Chico, antes de la novena que ella misma leyó para todas…hablamos poco (ahora sé que demasiado poco), y la sonrisa se le escapaba por los cuatro costados…
ay, euge, estoy feliz.
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