El sábado a la noche el cansancio llenaba las calles y las rutas. Mis amigas y yo pagamos la fidelidad a la noche en la chivitería de San Telmo. Como cada sábado, desde que descubrí este encantador lugar, un cordobés y su guitarra montan un show a pedido.
Como si fuéramos las únicas espectadoras del lugar abarrotado, nos pasamos la noche tirándole temas al flaco desde la mesa. En la segunda vuelta, tuve la idea inoportuna de lanzarle un grito de "la canción del elegido", con la mente en las buenas y viejas épocas de candorosa juventud, y nuestras beodas cuartentonas de al lado se pusieron melancólicas a festejarle los 80 años al revolucionario, gritándole dedicatorias como si fuera un adolescente vivo luchando en la selva. Como si valiera la pena hablar de eso cuando la federal ponía sus balisas en la puerta del local.
Esa noche recordamos cosas tontas y lindas, como viajes, novios y compañeros antiguos de trabajo. Y nos reímos como si fueran asuntos geniales. Con la distancia y en el reencuentro, los recuerdos se vuelven más divertidos y la música en vivo y los chivitos uruguayos son acordes de ángeles, manjar celestial.
Esa noche recordamos cosas tontas y lindas, como viajes, novios y compañeros antiguos de trabajo. Y nos reímos como si fueran asuntos geniales. Con la distancia y en el reencuentro, los recuerdos se vuelven más divertidos y la música en vivo y los chivitos uruguayos son acordes de ángeles, manjar celestial.
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