viernes, 13 de febrero de 2009



Sé que no piensa pasar su vejez en mi país pero, cuando hablábamos de la jubilación, me pintó un panorama idílico de cafecitos a media mañana, recogida de hongos en octubre y juegos con los nietos. De jubilación anticipada a los 55, de disfrutar como un neo-adolescente esos diez años que se extendienden hasta los 65...hasta cuando pueda.

¿Y los achaques?, empecé...La salud no es la misma entonces. ¿Y qué jubilación aguanta ese ritmo de vida?, insistí. Al final le dije que en Argentina desear la jubilación era ridículo, salvo excepciones, aunque yo también soñaba con una vejez ideal hace unos años. Pero entonces no era consciente del 450 menemista, de las largas listas de espera del PAMI; de la vida estirada, de conocerse de pe a pa todos los programas de la pésima tarde televisiva.

Él sabía de lo que le estaba hablando porque es compatriota, pero ya decidió quedarse acá. Habla zezeando y soltando "alas" y, sorprendentemente, piensa como un local. Lo entiendo: los jubilados navarros rechazaron, hace unos meses, un plus en sus asignaciones al considerar que ya cobraban demasiado (dato real). La metamorfosis: nos acostumbramos lentamente a lo bueno, como quien no quiere la cosa. Este tipo de charlas derivan, claro, a las noticias reales. Aquellas que le confirman a gente como él que no vale la pena volver: el latrocionio del gobierno a nuestras jubilaciones, de lo que no vamos a percibir, de lo que nos quedará, de que "siempre-fue-así".

Mi abuela pasó una ancianidad muy digna. No le faltó dinero ni compañía, nunca necesitó más. Siempre había pan duro en la rejilla de su mesa de cocina (el fresco, sólo para invitados) y unas cuantas monedas para la yapa del domingo: caramelos arcor de menta y praliné.

Y tu bolso como un nido de gaviotas
y mi futuro con pan duro en el cajón.
Locos por naufragar salieron a bailar
al ritmo de la lluvia sobre las capotas
el rocanrol de los idiotas.

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