miércoles, 13 de mayo de 2009

El carrito de Eneas

Dos personas de mi familia viven, por opción, en villas de emergencia.

A C., lo acaban de amenzar de muerte por denunciar impunidad. Sí, así de normal y de espantoso, de muerte. Se metió ahí para sacar a los pibes del embudo de la droga. Está orgulloso de que lo llamen, desde el principio, el cura villero.

L. me dirá que no, que Carrillo no es una villa, pero los asentamientos precarios fueron avanzando lentamente sobre el barrio humilde y digno, bajo los histéricos discursos kirchneristas. Ella sabe que a ninguno nos gusta demasiado donde vive. Ella ya conoce el ambiente, aunque esa miseria no tiene nada que ver con la ciudad que la vio crecer (antes del carrito de Eneas, Buenos Aires no era así: la hilera de casitas de chapa bordeando, durante kilómetros, el acceso oeste, los colchones en las veredas, los omipresentes cartoneros. El mapa de la ciudad, como un perro de papel glacé, comido en los bordes por la pobreza).

Cada mañana, L. se sube en un micro especial para los maestros del barrio, porque ya ninguno de ellos puede llegar a pie y a salvo a la escuela. El año pasado agredieron a una docente en ese camino de tierra. Si no hay agua o luz, no hay clase. Si va a dar clases igual, tiene que hacerse cargo de todos los cursos, porque maestro que va, maestro que asume la responsabilidad de toda la primaria, y ella nunca falta. No vuelve después de las nueve a casa y, durante el pegajoso verano, intenta dormir entre mosquitos, legiones de perros y los ruidos de la familia vecina (la vida íntima a la calle, todos los días).

Desde acá, como siempre, decimos, cada uno hace lo que puede desde el lugar que le toca. Pero, cuando no nos convence esto, cuando relatamos el año de vida de nuestros países, volvemos a pensar, en círculos concéntricos: qué hacer, qué hacer, qué hacer.



Mira con cuidado ese carro:
has de saber que a pedido de la diosa
lo forjó Vulcano en sus talleres
bajo el sículo monte, camino a los infiernos.
El barral derecho, --el que nosotros,
mirando el carro de frente, a izquierda mano vemos--
lleva grabada, cerca del manubrio,
una escena del amanecer en los chaparros
arbustos de Constitución. Mira, Marforio,
cuán delicadamente cincelado
está ese brazo, que vemos una a una
las plumas de esos animales degenerados,
antiguos dinosaurios que aterraron
alguna vez las pampas; ahora son palomas
(...)
Has de saber, Marforio, que esta plaza
que ahora ves arruinada, albergó antaño
estatuas colosales, una feria, templos
donde las vestales degollaban
toros como la leche blancos
despellejándolos, según te dije, a la criolla,
amorosamente,
y dejando los restos al Olimpo
y los caranchos locales. ¡Eso sí que era gloria,
era derroche,
galantería turca con las aves y los dioses!
De esta estación, Marforio,
partían convoyes hacia los siete puntos cardinales:
corrían los trenes entonando la suave melopea
de la abundancia a través de los campos
donde las mieses, agobiadas, se curvaban
saludando a los viajeros.


"Barral derecho: Plaza Constitución" (fragmento), El carrito de Eneas, Daniel Samoilovich

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exactamente no vivo en la villa... vivimos colindando a tres... desde hace tres semanas (en el azar del sistema educativo municipal)me tocó la que describe Euge... ya no desde ese idealismo adolejunevil, si no desde opciones concretas, que no son fáciles de asumir, que perdieron su tinte de proeza heroica; es un compromiso con el barro, del que todos venimos, pero que para muchos no tiene la dignidad de ese que se forma en el campo después de la lluvia. Es un compromiso con el Alfarero, que sin que nos demos cuenta, no hace más que amasar tiernamente nuestra vida.
Lourdes