Iruñear

Una tarde de calor, la feria blanca en la plaza, una mala banda de rock tocando a fondo, a toda hora; hombres-oveja sonando como cacerolas (euskalfolclore), la familia a rayas, afónicas despedidas de soltero.
Un mochilero, con su bici arrumbada a un costado, sacó una guitarra y se puso a tocar para sí: pedía propina para alcanzar su pasaje de renfe, mientras una novia vieja se casaba por iglesia, y las cervezas y las voces rebotaban en el empedrado caluroso, en las terrazas atestadas, en las veredas descalabradas por la vibración pública, el ruido y las sandalias. Un borracho dormitaba al sol; le daba la espalda a seis bombitas estallando contra la puerta cancel /colorada, rosa, naranja, agua/.
El desconocido empezó a hablarme en el tranvía. Acababa de llegar, venía a vivir, me preguntó que qué me parecía, qué podía hacer, cómo conocer gente. Era de mis pagos. Tenía que advertirle, pero ¿cómo hacerlo en esa exposición universal, en ese panóptico de estima elevada, de carácter (pirineaico, montañés, pastoril)? Supe decirle que disfrutara de este verano.

- Casi que hoy parece una ciudad.