¿para qué poetas..?
se preguntó, ignorando a Hölderling y tiritando en la parada Fátima del premetro, dirección Plaza de los Virreyes.
El vagón único venía hasta arriba de pasajeros, pero alguien le hizo un lugar al lado de la ventanilla (los kilos de más, pensó, de nuevo me confundieron).
Los bulevares de basura, las casas de ladrillo, chapa y desperdicios trepando hacia arriba, hacia el cielo, iban quedando atrás. En la calle, cruzada por las vías, bolsas de plástico y boletas de varios peronismos se entrelazaban en un espontáneo collage. Un chico, con el gorro hasta la nariz, silbaba una cumbia discreta.
¿Y para qué dedicarse a la literatura en tiempos de penurias?; ¿a quién le sirve, a quién le importa?, siguió pensando, mientras se golpeaba la frente contra el vidrio turbio. Aunque... no sólo es inútil en tiempos de miseria, sino también en lugares donde se necesitan otras cosas: dar de comer, vestir, enseñar (ropa en buen estado, alimentos no perecederos, leche en polvo y pañales).
Cuando la carcaza eléctrica dobló, a la altura de los monoblocks, se acordó de Priscilla, la vieja poeta que conoció de casualidad en el oncológico del parque, muriendo desconocida, mientras le hacía una visita con la guitarra. Tenía la piel transparente y no compartía la habitación con nadie.
¿No la conocés?, ¿no vas a estudiar letras?
No, no la conozco.
Priscilla nació en Europa del este. Publicó once libros. Tuvo dos hijas. Se murió en un hospital público. Pero fuiste a cantarle para Navidad, cuando se caían los pájaros del calor, y le hiciste más leve la noche.
Atravesó Villa Soldati con una velocidad de carreta. Entre las paradas Fátima y Carrillo, reflotaron esas preguntas que ya creía haber respondido alguna vez. Como avispas inquietas, volvieron a zumbarle en el oído, buscando el agua de las napas.
Cuando llegó a la estación, quiso tomarse el E. En el molinete, el chico que silbaba le pidió las zapatillas. Se acordó de las alpargatas que tenía en la mochila. Tomá, dijo, y le dio las topper sin cordones. Él también quiso la guita. No tengo más que para el subte. El chico se le rió en la cara. Tenía olor a plástico.
Se paró en Mitre y caminó hasta Puán, bajo la amenaza del viento. El edificio de papel gris se le iba a caer encima. Buscó su nombre en las listas, tachó Cs. Políticas y, con la misma birome, puso Letras.
3 comentarios:
Sabés la cantidad de veces que en ese mismo premetro tuve pensamientos similares.
La realidad de probreza golpea fuerte. Tiene la capacidad, en algunos casos, de torcer profesiones, pero no así vocaciones.
La vocación es irrenunciable.
Saludos.
Mamu
Pd: ¡Que bueno que existan poetas!
Sí, Mamu, claro que sí.
Me puso la piel de gallina.. solo hice el cbc de letras y despues abandone.. estudie periodismo... era mas corta+facil y tenia mas práctica de escritura..
Pero algun dia.. se que estudiaré letras..
besos
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