La vuelta en los talones

Así como un seminarista peruano se distingue por usar medias blancas y mocasines negros*, estar cerca de la vuelta tiene signos inconfundibles.

Uno de ellos es haber abandonado, de una vez y para siempre, la "actitud Pamplona": esa que inventó A.R., después de meses de agobiarse bajo el cielo gris y la falta de ladridos de perros de la ciudad con nombre de ciudad (Iruña). Su método se tornó ejemplar: cada mañana, sacaba la cabeza por la ventana de su piso de Av. Plaza Norte y gritaba a los cuatro vientos: ¡Pamplona, te quiero! Una exclamación que calmaba su corazón caribeño, y le daba fuerzas para seguir adelante, a pesar de la inclemencia del tiempo y esta previsible vida de The Truman´s Show.

Otro signo de la vuelta es que al fin comprendí lo que quiere decir un ex-habitante de gran ciudad cuando se muda a otro lugar, por lo general siempre a un pueblo, y resume su añoranza con una frase típica: "allá hay más movida cultural, no sé, hay más teatros..." Sobre lo que la mayoría de los interlocutores piensa (y no siempre dice): Pero, ¿qué me decís, si vos nunca pisaste ni un circo?...

Esta frase, más engañosa que un alfajor light, en el fondo, expresa verdades más sencillas y confesables: lo que la gente extraña no es el sucucho under del Abasto, sino la variedad y el caos, y el saber que somos extraños con sólo caminar dos cuadras; que en la placita Serrano venden atrapasueños, y que M. está en Palermo, P. en Tigre, C. en Once (Eleven Town), la familia y los amigos en el corredor Flores-Caballito-Almagro-Palermo-Belgrano, y que unos tupidos feriados esperan en Bella Vista.

Lo que la gente extraña, en verdad, es que conocer las combinaciones de colectivos y saberse de memoria el doble nombre de las calles que cortan la Av. Rivadavia, puede llegar a ser una conversación entretenida, incluso, una competencia intelectual.

*ver Pecé (2007: 457)