A raíz de El Nacimiento de Alexéi Varlámov, reviví situaciones muy especiales de este último tiempo: una nueva infancia luminosísima y la pesadumbre incierta de un quirófano y la enfermedad.
Durante la primera parte de este año, tuve muchas reflexiones sobre la vida y la muerte, en las que puse en tela de juicio la ortodoxia. Incluso, llegué a pensar que era mejor la muerte que la enfermedad, mejor que el servicio público de salud, y que la mala praxis, y que amar leer y no poder leer. Pero la vida vino a galope tendido; hoy las cosas tienen otro color y la lectura de esta novela tan auténtica me dejó fresca, recién salida del repollo.
Hay mucha comprensión del dolor en sus páginas, traducidas de un ruso que me imagino pulcro y sobrio. Me identifiqué plenamente con la sensación de traer a la vida a un bebé inseguro, en medio de una situación nacional deficiente (y pensé en mi país, y en los miles de nacimientos de compatriotas que aman y sufren la tierra, a la vez) y la apatía de un hospital soviet, una fábrica de hijos para el estado.
El consuelo de la novela es el final, y eso es lo único que le reprocho: la resolución no convence. Algo así puede pasar, y da ánimos; pero, en la vida real, la enfermedad no desaparece. Siempre se queda para convivir con nosotros. Y la esperanza, también.
Así, recuerdo un pensamiento que me persiguió durante todo el mes de enero y que al fin pude poner en letra. Parece sencillo, pero no se imaginan lo poderoso que fue:
Sus uñas olían a nuevas. Había unas imperfecciones en los bordes, como las hilachas de una producción en serie, y a la vez, el acabado no pulido de la madera. Le faltaba un mes para nacer.
(La foto, diluída del espléndido original, de ipc.)
1 comentario:
Qué belleza de novela. Aunque a mí tampoco me consuela el final, si es que deberia hacerlo. Aún así, es soberbia la lucidez de la soledad de ella, la conciencia del tiempo en él, la esperanza silenciosa del bebé. Imagino de leeejos qué huella ha dejado en vos. Besos amiga.
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