La fotocopia mata al libro (ley 11.723)
Y pensar que, entre los 10 y los 24 años, me eduqué leyendo esta consigna impresa ineludiblemente en cada página del material de estudio, o sea, miles de fotocopias de libros. Más allá de la genial ironía, en cada momento de aquellas lecturas (ahora me doy cuenta), el libro que el papel reproducía ya se había muerto hace rato.
Las fotocopias o los libros usados pueblan la vida de un estudiante cualquiera (y de un lector voraz) en mi país. Claro, lo de los libros usados es emocionante ahora, que uno puede encontrar gangas con las anotaciones en los márgenes de Mujica Laínez o Vicente G. Quesada; pero no entonces, cuando hacer la tarea de inglés con las huellas impresas de las respuestas era un desafío a la honestidad.
Aquella ley 11.723, en los albores de mi carácter sindicalista, me ofendía hasta el caracú, porque no podía comprar libros, las bibliotecas no los ofrecían para domicilio y encima, fotocopiar era delito. Más adelante, sin embargo, comprendí las implicancias de aquel acto reproductivo.
Así y todo, las copias mimeografiadas (diría mi madre) representaron dos hitos en la escuela de la vida:
El primero: Cuando nos pidieron que leyéramos el cuento "Bartleby the scrivener", y no había manera de encontrarlo en castellano ni editado, hasta que encontramos la versión original en la web (y conste que esto era muy raro hace diez años) y la fotocopiamos a mansalva. Aquella falta de traducción fue un gran paso para la humanidad.
El segundo: Cuando L. me mostró, bajo su techo del barrio obrero, cuánto conocimiento sobre psicología evolutiva le había entrado en la cabeza: una pila de 60 cm de fotocopias subrrayadas en fluorescente. Aquella imagen disparó en mí una verdadera pasión por el conocimiento.
Este recuerdo vino ayer cuando vi la Poética del espacio de la biblioteca, desvencijada y raída. Rememoré lo difícil que era acceder a este ejemplar durante la carrera, y que cuando lo pedíamos en alguna librería especializada, nos decían que tenían que traerlo de México y su monto cuadriplicaba el valor de cualquier libro habitual y que, por favor, les aseguráramos en un 100% si lo queríamos, porque lo iban a traer para nosotros (esa manipulación psicológica que hacía tanto efecto).
Es cierto que la interné ahora está cambiando las cosas, pero nada se compara con estudiar con libros, aunque el contenido sea lo importante. O al menos lo compruebo ahora, en una despampanante biblioteca, y teniendo al alcance de la mano las ediciones imposibles de mi carrera. En este ahora, cuando recuerdo a aquel alumno de 16 años que me puso en un examen: el autor en las fotocopias sostiene que...
3 comentarios:
Yo también padecí el problema -o solución- de estudiar con fotocopias. Y, cuando me di cuenta de la cantidad de libros que tenía al alcance de mis manos en esta biblioteca, sentí una inexplicable alegría, como la de encontrar algo mítico...
Y me da pena tener que volver a acostumbrarme a las copias -ahora, las escaneadas- y a la inaccesibilidad de algunos libros.
Regalo otra anécdota escolar, relacionada.
La maestra indica a un alumno que lea en voz alta, el texto de Cs Naturales que todos sus compañeros, gracias a la fuerza duplicadora de la fotocopia, poseen.
El texto impreso dice lo siguiente: "El mundo que nos rodea está compuesto de materia. Este libro, los alimentos, el aire..."
El alumno, con una singular perspicacia que lo caracteriza, lee en voz alta: "El mundo que nos rodea está compuesto de materia. Esta fotocopia, los alimentos, el aire..."
Cuánto compartido con todos los Latinoamericanos, Liege!
Lou! bue-ní-si-ma la anécdota!!! qué idola!! Ese chico es un capo
besos
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