martes, 29 de diciembre de 2009

Ciudades soñadas


¿Alguna vez te preguntaste por qué se usa el adjetivo soñado/a para hacer referencia a algo ideal, perfecto, casi imposible de alcanzar? Porque a la final, diría Pocha, lo soñado es lo más cercano, lo más propio, la papelera de reciclaje del día reconstruido por la mente de manera fanstástica y, casi siempre, ridícula. Compadezco a quienes no sueñan o dicen que no se acuerdan: yo sueño muchísimo, farragosamente, con argumento y referencias históricas (con la primera guerra mundial, por ejemplo, infinidad de veces). Hasta sueño con ciudades que no conozco. Así pasó con Montevideo: mucho antes de visitarla, cuando ni me imaginaba (ni soñaba, claro) que íbamos a mudarnos allí, soñé con la capital uruguaya. Un sueño profético, seguiría apuntando la Pocha. En aquella representación onírica (guarda con el sinónimo, che) yo les mostraba la ciudad cisplatina a unos amigos, como si fuera de ahí de toda la vida, como si la conociera hasta el último rincón. El asunto no pasó a mayores en la vida diurna: sólo prometí conocerla, y así lo hice unos meses después.

Hace poco fue el turno de Caracas. Ya comenté en una entrada antigua que para mí esta ciudad se identificaba con las láminas a todo color de la enciclopedia Lo sé todo, es decir, un lugar lleno de pozos de petróleo y chévrolets rojos de los años cincuenta. De ahí que no me sorprendiera que la urbe en mis proyecciones mentales fuera una versión miamiesca en la que, en un bar, una cubana me contaba de su isla y de cómo había cambiado el derrumbe de La Habana vieja por el paraíso sabanero.

Lo más sorprendente del viaje no fue la metáfora de la cubana, sino que en aquella ciudad no se podía andar por la calle con equipaje ni bultos. Había que transportar los bártulos en macetas (y no maletas) sobre las cabezas, y las cosas bien ocultas, debajo de la tierra. Y así cruzábamos a toda velocidad las calles de la ciudad agringada, en la que los semáforos para peatones eran inexistentes, con las macetas llenas de nuestra ropa y objetos personales. Pero sobre todo yo llevaba -atención a mi subconsciente sin imaginación- apuntes de tesis.

Sé que entonces me encontré con mis amigos, pero no recuerdo nada más. Sé que me la pasé muy bien a pesar de la prohibición incómoda. Los chévrolets rojos y los pozos de petróleo brillaron por su ausencia.

4 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

"Porque a la final, diría Pocha, lo soñado es lo más cercano, lo más propio..."
Otra gran frase, estimada.

Fernando dijo...

Hola, Mae, qué simpáticos sueños.

En el de Caracas ¿no salía la Gestapo chavista? Mejor: el sueño habría devenido, rápido, en pesadilla, pesadilla como la que viven tantos venezolanos reales, en la Caracas real.

En todo caso, ¡feliz año 2010!, señora doctora.

Mae Ortiz dijo...

No salía Huguito Chávez, pero la cubana fue una señal.
Juani: gracias. La Pocha te saluda!, ja.

Ale's mom dijo...

Ya no hay campos petroleros, ni chévrolets. Ahora hay hummers de la Boliburguesía, racionamiento de agua y de luz... Nos han robado nuestra urbe cosmopolita, la del imaginario, la de la modernidad apresurada, llena de tanto norteamericanismo... Y me duele tanto.