miércoles, 3 de marzo de 2010

Lady Argentain

Lady Argentain no es la presidente, aunque ella diga que es la patria, en el mismo momento en el que se mete en el bolsillo las reservas del país con un ademán de mago y por decreto ("No aplaudan a la patria", dijo en la inauguración del año en las cámaras legislativas, la señora). Lady Argentain es otra mujer, y son muchas mujeres, como la administradora que nos atendió amablemente el otro día en su departamento particular. Nos abrió la puerta mientras despedía a otra clienta y un perrito salchicha de sesenta centímetros, negro y feo, ladraba alegremente. El perrito no era de la clienta, como imaginábamos, era de Lady Argentain.
Ella, cincuentona y gordita, lucía esa cabellera de rulos italiana teñida de negro, y unos ojos morochos y saltones. Tenía ademanes de reina de barrio, abalorios y pulseras que la rodeaban de un clin clin, una remera con agujeros decorativos comprada en Once, y un rimmel pesando sobre sus pestañas. Nos invitó a pasar, indagó. Quería saberlo todo, de dónde veníamos y a dónde íbamos, pero nosotros aprendimos el arte del no revelar información  prescindible y nuestras caras fueron paredes. Voz chillona, muy amable, mucho esmalte. Su piso tenía olor a casa de soltera, divorciada o viuda porteña: mezcla de olor a perrito y gato, humedad y desodorante de ambiente Poett lavanda. Movía mucho las manos, miraba por encima de los anteojos de presbicia. Arriba de la computadora, tres portaretratos enmarcaban fotos fuera de foco: el primero, un gato sobre un sillón inmundo; el segundo, otro gato, pero blanco, sobre una colcha; el tercero, un perro pariente del salchicha.
En eso sentí un tirón en las babuchas. El perrito empezaba a comerse la tela y tiraba hacia abajo.
-Señora...digale a su perro que no se coma mis pantalones- acoté.
-Ay, ay...Pupi, Pupi, salí de ahí, nene..- y lo pateaba con sus sandalias que estaban apoyadas sobre patines de felpa, para no ensuciar el parquet.
Pupi insitió con mis babuchas por dos o tres veces más. Perro de porquería, pensé casi cuenta veces, pero con otras palabras. 
Lady Argentain había viajado mucho: sombrero mexicano en la pared, jarra de cerveza alemana, bolso negro de Venecia. Entre las cajas de VHS, una que decía "Brasil romántico", como de los años noventa. Miles de souvenirs de fiestas de quince, casamientos y bautismos. 
Queríamos irnos cuanto antes, pero insistió mucho: Qué bien, no sabía quiénes eran ustedes, no sabía nada si estaban acá o fuera...Lady Argentain tiene un arte innato para sacarte información, chismosear y urgar en tu vida, aunque vos no quieras. Nos sacó sólo que tal vez no estuvieramos este mes. Muy amable, cariñosa, hablando de la inflación, del dinero que no alcanza.
Gracias. Decidimos largarnos cuanto antes. Nos acompañó, arrastrándose por el suelo con sus patines de tela, y con Pupi saltándole entre los pasos, sutil, oloroso, insoportable.
Vuelvan cuando quieran... insitió ella, con toda su blanca humanidad en el agujero de la puerta.  No fue tan mala su pericia, ni su actitud. Terribles fueron esos dos segundos en los que quiso ser nuestra segunda mamá y no lo consiguió.

5 comentarios:

Fernando dijo...

¡Muy bueno! Sólo faltaba Carlos Gardel en la radio de la cocina y el diploma de la Escuela Nacional de Contabilidad en la pared.

No entendí lo de las "fiestas de quince", lo busqué en internet y ya sé algo más de Argentina.

Juan Ignacio dijo...

Muy buen relato (aunque no la hayan pasado tan bien).

Fernando, las fiestas de quince son aquellas en las que el decimosexto no puede entrar. Broma.

Anónimo dijo...

gran relato, sigue en ello.

Fernando dijo...

Jajajaja.

Rosario Guevara dijo...

muuuyyy bueno euge!! mucha imagen!!