Hice un viaje veloz a Buenos Aires, sola y en mitad de la semana. Fue raro entrar por Retiro después de haber dormido toda la noche en un cochecama, como cuando tenía dieciséis y me la pasaba viajando a Mar del Plata o a San Luis por dos o tres días; me pareció una llegada a casa de otras épocas.
En estas 34 horas de estadía en mi ciudad, me di cuenta que ya no tolero lo chismosos que somos los porteños con los desconocidos y me he vuelto una mentirosa compulsiva, al mejor estilo Holden Caulfield de The Catcher in the Rye, pero sólo con los extraños. No miento nunca, ni me gusta ni me sale, pero con el prójimo chusma me pasa todo el rato. Por ejemplo, la portera me pregunta que quién vive en tal lugar y ni levanto la mirada, o contesto con una vaguedad; o el chico del locutorio que me ayuda con unas impresiones me saca que soy profesora de literatura y pregunta en qué universidad, y yo le contesto: "una que no está en Buenos Aires". La charla venía amena, pero me torró que indagara. Además, otra cosa de la que me había olvidado es que el porteño (o sudamericano, en general) ligotea todo el rato y, si una no tiene ganas de hablar, queda como una histérica o insatisfecha (eso me dijo una amigo vasco una vez: ¿qué les pasa a las mujeres en Buenos Aires que le hacés una pregunta y se hacen las interesantes?). El porteño en la vía pública suele ser pesado, melifluo, chamuyero. Es así como hasta el taxista que me llevó hoy al puerto, viejo, flacucho y pelilargo, se animó a ofrecerme un pucho en medio del tráfico. Yo acepté (y me acordé al instante de todas las recomendaciones maternales, y empecé a imaginar que me ponía no sé qué narcótico en el cigarrillo, que seguro me adormecería y después de acuchillarme, el viejo vendería mis órganos en Paraguay). Las pitadas me vinieron estupendamente, pero después del encendedor (gracias por el fuego) se vino la pregunta: "¿Vas de vacaciones?", elipsis `a Uruguay´. Y ahí de nuevo me salió sin querer la mentirijilla: "Voy a visitar a unas personas" (¡a unas personas!) No sé de dónde me salió eso, ni lo pensé, pero de nuevo me incomodó que preguntara.
De todos modos, peor que ser descortés es ser traficante. Cuando estaba embarcando en el puerto, oí por el altoparlante que decían clarísimo mi nombre y a continuación "presentarse en aduana". Fui hasta la ventanilla de aduana y me dijeron que había objetos sospechosos en mi valija. La abrí pacientemente frente a los ojos de los canas y me dijeron:
"Lleva demasiados libros..."
"¿Qué?"
"¿Son todos suyos, son antiguos, son nuevos?" el poli miraba la fecha de impresión de una edición destartalada de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación del año 74, una barata de Rojo y negro... Eran libros usados, ninguna antiguedad, con mi nombre, fecha y lugar de compra en la portada, hasta con dedicatorias. Quise reírme muchísimo y con ruido. Lo bueno es que le dije que eran para uso personal, como si fueran hojas de marihuana frescas y envueltas en papel de fumar, y no preguntó más. Eso sí, del cargamento de insulinas que llevaba a cuestas, con agujas, repuestos y demás, ni un comentario.
10 comentarios:
Que alivio. Pensé que el gusto/debilidad/pecado o lo que sea de mentir al chismoso era algo que me estaba pasando sólo a mi. Yo empecé con eso hace poco cuando un vecino quería saber qué ibamos a hacer con el local vacío delante de casa. Un día pensé que como estaba muy cargoso le iba a decir lo alquilaríamos y pensé en decirle un rubro de negocio molesto para los vecinos, como un boliche (bailable, se entiende). Como no daba el tamaño y no me iba a creer le dije que iban a poner una sala para fiestas infantiles.
Surgió un efecto milagroso. No me habló más por varios meses.
Ya reanudamos el diálogo. Ahora quiere saber cuánto me costaron algunas cosas de la reforma que hice. Y después de dar rodeos y ver que no largas te lo dice de frente: "¿cuanto te costó tal cosa?" No tuve aún respuesta creativas. La última fue: "lo hizo un viejo conocido, un precio de amistad, no lo puedo decir porque no se lo puede hacer a nadie por ese valor".
Sí, Juan, tal cual!! Qué le importa! Pecé siempre tiene respuestas escandalizantes para que la gente no pregunte más, pero la verdad es que las piensa pero no las dice. De todos modos, hay que hacerse el sota.
"Lleva demasiados libros". No sé si reír o llorar. Creo que haré un poco de cada.
Muy sospechoso, uno o dos libros, como máximo. Tres... ya suena raro y pone a algunos incómodos. Seis es un exceto total. Y más de seis implica arrestro domiciliario. "Demasiados libros"... muy Bradbury.
¡Te has vuelto toda una navarra! Jeje...
Aunque a mí tampoco me gustan mucho esos comentarios.
Besos.
Totalmente navarrizada!
jajaja totalmente..Bradbury en su maximo expresion.
Muy bueno y qué curioso, a mí también me pasó la última vez que estuve allá: me encantaba mentir a todos los desconocidos que me preguntaban cosas por la calle. Una observación folclórica: dices ¡"me torró"! Navarrizada total.
Javier: En BS As también decimos coloquialmente "me torra" por "me aburre"...no para tanto!
"Ligotea", "mentirijillas", ja, ja...
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