Ayer perdí una lente, a la una y media de la mañana. Se fue a pasear por la órbita de mi ojo y la dejé de ver. Tuve el auxilio de mi héroe del buen humor que trató de calmarme y hacerme reír, antes de levantar el párpado y señalar el lugar de la presa. Pero no bajaba. Raspaba debajo de la ceja y se escurría como un renacuajo transparente.
La desesperación vino hacia mí, solmne como una donna angelicata: si te quedas dormida, me dijo (porque la donna habla de "tu"), se perderá para siempre. Eso y la opción de ir a la guardia me aburrían. Entonces, apliqué un sistema primitivo, ridículo e ineficaz, de los que Pecé y yo somos expertos:
Me voy a pelar una cebolla, le dije convencida.
Claro. Esperá que te haga un parche en el otro ojo, me respondió entusiasmado.
Esto hubiera sido efectivo si no hubiese creado, de un tiempo a esta parte, un antivirus a la lágrima cebollil. No lloré nada.
Media hora después, bajo los efectos de la solución salina, la pérfida bajó hasta el lagrimar.
Nos abrazamos, bajo la luz del baño, como dos grandes soldados.
3 comentarios:
Este se debería haber llamado "Como la cebolla no hace llorar".
Es buenísimo!!!
Lo mejor de todo esto es que os puedo ver a los dos, haciendo todo tipo de bailes "primitivos" (voy a emplear eufemismos hoy) de alegría desbordada.
Un abrazo así de grande!!
o más bien... epica de mi lente y yo...
me encanta leer cosas cotidianas con aires trovdorescos...jajjaja
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