lunes, 8 de junio de 2009

La querencia



Nunca me dejo de asombrar de lo extraño que se puede sentir uno en el barrio de toda la vida. Ahora que vuelvo y muestro a mi Buda las calles, las avenidas y el barullo cochambroso donde me crié, me parece todo nuevo, como a él.
La parroquia estaba atestada de gente y nos recibieron las luces y la falsa gruta sobresaliendo de la pared (siempre deseé que esos pedazos de cartón-piedra formaran parte de una montaña repentina y oculta, sólo conocida por mí, surgida en medio de la ciudad).
El pequeño Buda, alzado en mis brazos, se convirtió rápidamente en el centro de atención de todos los batones y ruleros de Flores que, en este invierno meridional, se han echado encima unos abrigo chinescos con capucha de reborde de piel...una piel de animal sintético color azul, por ejemplo, o beige.
Una de ellas, la que estaba sentada a nuestro lado, empezó a hablarme de qué ricurita, de ¡che-qué-ojos!, de que se-te-quedó dormido (ese fascinante dativo ético). Todo iba muy habitual, hasta que tocó hacer la cola. Había poca gente delante nuestro, algo así como cinco personas, pero otra doña se hizo cargo de una situación que le pareció injusta. Me agarró de los hombros -a mi y al Buda, claro- y me dijo:
-Tenés prioridad.
-Pero está bien, no falta mucho, no me molesta- le dije tranquila.
-No, no, no. Yo sé lo que te digo, nena. Tenés prioridad; vos con ese angelito...
Y me llevó hasta el ministro, siempre con las manos apoyadas en mis hombros, guiándome -cual gps humano- hasta el "amén" (¿no quiere arrodillarse conmigo, señora, y agradecemos juntas? Acá todo se hace en comunidad. Claro que sí).
Cuando volvimos (el pequeño Buda y yo; la señora había entendido que mi acto era evidentemente íntimo) nos encontramos con nuestra primera vecina de banco. Al finalizar, nos miró con una insondable ternura barrial:
-Me voy rápido -me explicó, como respuesta a una pregunta que nunca le hice- porque vivo del otro lado de la vía y...es un poco peligroso volver sola a esta hora...pero bueno, voy rezando....
Una oleada de amor vecinal me ahogó en un segundo y le agarré la mano, casi que se la besé con ojos perrunos. Quería llevármela a casa, ponerla en la mesita de luz, véngase y sea nuestra abuela, señora.
-Que la Virgencita te protega, carraspeó ella (la tintura de su pelo brillando, las guitarras y la noche).

Volver al pago es eso: viajar al lugar que te vio querer.


foto>ésta

1 comentario:

Mariana dijo...

Acababa de enterarme que ibas a venir...pero no sabía que ya estabas! Qué bueno!!