martes, 28 de julio de 2009

No hay tu tía

De chicos, nunca nos preguntaron si queríamos comer ravioles todos los domingos, y ahí estaba la pasta fresca cada semana, como un ritual, con tuco y queso rayado. Nadie sugería otra cosa, porque eso era así y punto.
Lo mismo para cada verano: ¿alguna vez nos preguntaban si queríamos ir al campo? Jamás, pero era normal. Imagino por un momento lo que hubiera sido hacer una consulta popular: todo un desenfreno. No había otras opciones, y ahí íbamos, a nadar en el tanque australiano, hacer caminatas a base de jugo de yuyos, armar y derribar casas de troncos y hacer escupir a las ranas el corazón por la boca. A veces, hasta tocó vacunar vacas: sucios hasta la rodilla de barro y bosta, aprendiendo para qué servían esas pasarelas y compuertas llenas de musgo rasposo, además de para jugar al laberinto.

En la tribu, la familia, no se cuestionan muchas cosas hasta que toca hacerlo en la adolescencia y después, decidimos irnos de casa. Pero hasta entonces, aceptamos lo que viene y como viene, sin preguntarnos si podría ser mejor o diferente. Simplemente, es así.

Por eso no me asusté cuando él sentenció que nuestro hijo, dentro de tres meses, estará tomando mate. 7 + 3= 10, imposible, pensé, pero dejé que lo decidiera como un decreto presidencial, porque ya habrá tiempo para que una sabia pediatra lo dentega. De todos modos, si no es en tres, será en cuatro o cinco meses. Y el Buda, feliz él, no se preguntará porqué toma la amarga infusión desde su primer año de vida. Aunque ya decidirá, cuando llegue el momento de cebárselo solo, o tal vez antes, si quiere seguir en ésta o no.

1 comentario:

Primo Juani dijo...

...Sí, nene, vos tomaste de chiquito, vos empezaste un poco después de la época del Tomassoli...