domingo, 4 de octubre de 2009

Liarse el manto a la cabeza

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Beba se enamoró una sola vez en su vida y ahora, ésta. Entró un día en el almacén del barrio y, a pesar de las canas, empezó a temblar por dentro y por él: un chico joven, ecuatoriano, simpático y honrado, el empleado nuevo. Todos los días, desde entonces, ella compra el pan ahí y las cosas sueltas que se olvida cuando va al mercado. Pero desde que empezó a tratar a Lauro, se siente idiota y apesadumbrada. Podría ser su abuela, piensa, su bisabuela. Y es de otra raza y de otro sexo, y qué ridícula si... Tengo que volver a comprar donde siempre.

Lo ve con frecuencia, porque el mercado empezó a quedarle lejos. Además, ahora se lo encuentra en el club social, en la comisión de vecinos y en el parque. Ella siempre fue jovial y, desde que cumplió sesenta, mucho más. Alegre y divertida, llena de nietos y de historias, ama a Alfredo con locura, y Alfredo a ella. Nunca hubo ni un más ni un menos con el primero de todos, con el que siempre será el primero. Nunca hubo dudas con él, los tambaleos de siempre y las peleas, pero quién no, piensa, extrañamente culposa en una vida sin grandes sobresaltos. Es más, el escrúpulo siempre le pareció eso, lo que la palabra insinúa, un grano o un sarpullido con pus a punto de estallar; su vida, libre y serena, nunca conoció aquella infección.

Quiso controlarlo y razonarlo. Desde el principio, se lo contó a la amiga, pero en broma, restándole atención al asunto, hasta que un día se rindió. Hubo un momento mágico, una charla en el almacén sobre el pasado de Lauro, de cuando trabajaba de ebanista, y de cómo había recorrido la selva, cerca del paralelo, y ella lo escuchó sin hablar. En ese instante sagrado, se sintió completa, en confianza, nueva. Sin darle muchas vueltas, porque no era su estilo, se lo contó a la amiga, al filo de la risa y la angustia. La amiga, veinte años más joven y sabia que ella, escuchó mucho, asintiendo con la cabeza a cada frase, a cada espasmo de sus manos, a cada porqué, porqué, porqué. Siguió el ritmo de la obsesión, comprendiéndolo todo, y en el hilo de la charla le soltó un

-Porque estamos vivas, nena.

Tal vez no sea muy verosímil, pero ahí mismo, a la amiga de Beba le dio por cantar unos versos alados de la Rosario Castellanos, como en un musical technicolor, algo así como...

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila
la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza y comenzar a actuar.

3 comentarios:

Julian dijo...

Me encanto....tenes que seguir escribiendo estos relatos, cuentos cortos, como se los llame...ME ENCANTAN....

Cons dijo...

Es precioso.

Flora dijo...

Más! Besos