Nos pusimos a hablar en el autobús porque nuestros bebés van a la misma guardería. Es de las pocas madres que saludan amistosas, mientras que las otras andan siempre apuradísimas. Dijo que me sentara a su lado y yo descarté unos 40 minutos de lectura ideal cruzando la ciudad. Me preguntó adónde iba y yo a la policía, por lo de los trámites de extranjería, bla y bla. A ella la acaban de despedir de la Once y se iba al INEM, por lo del desempleo. También me habló de Asier, su bebé, el más sonriente de la clase. Y sí, le di la razón, lo es.
Cuando dijo lo de la Once le pregunté: ¿es por la vista? El ojo oscuro y profundo, hundido en el lado derecho de su cara y tapado por un mechón de pelo, me dio la respuesta obvia. Hizo un gesto, me contó cómo la habían despedido después del embarazo, dijo leches entre dientes, y siguió hablando: sí, tengo un 34% de discapacidad.
Entonces preguntó por mi trabajo y, un poco incómoda le dije que hacía el doctorado....tesis....contrato...uni...también estoy en paro, casi en un susurro, porque todo eso me daba vergüenza, así, en conjunto, y junto a ella. Se bajó en Yamaguchi y me quedé pensando qué es este mundo que alguien habla de su vida con el porcentaje físico o mental que tiene. ¿Y qué tal si la próxima vez, cuando vaya más despierta, le responda con la misma asertividad: y yo tengo un 24% de impaciencia, 83% de soberbia, 9% de torpeza y, por supuesto, un 7,8 de miopía y 4 de astigmatismo?
Al final, como dice Jean Vanier, todos somos discapacitados, pero a algunos se nos nota más.
Cuando dijo lo de la Once le pregunté: ¿es por la vista? El ojo oscuro y profundo, hundido en el lado derecho de su cara y tapado por un mechón de pelo, me dio la respuesta obvia. Hizo un gesto, me contó cómo la habían despedido después del embarazo, dijo leches entre dientes, y siguió hablando: sí, tengo un 34% de discapacidad.
Entonces preguntó por mi trabajo y, un poco incómoda le dije que hacía el doctorado....tesis....contrato...uni...también estoy en paro, casi en un susurro, porque todo eso me daba vergüenza, así, en conjunto, y junto a ella. Se bajó en Yamaguchi y me quedé pensando qué es este mundo que alguien habla de su vida con el porcentaje físico o mental que tiene. ¿Y qué tal si la próxima vez, cuando vaya más despierta, le responda con la misma asertividad: y yo tengo un 24% de impaciencia, 83% de soberbia, 9% de torpeza y, por supuesto, un 7,8 de miopía y 4 de astigmatismo?
Al final, como dice Jean Vanier, todos somos discapacitados, pero a algunos se nos nota más.
6 comentarios:
Muy bueno.
Medio al margen se me ocurre entonces que en vez de buscar una palabra que remplace a discapacitado (cosa que se ha puesto en un momento de moda) el camino debe ser a la inversa y todos debemos llamarnos discapacitados. Luego la palabra discapacitados no existe.
Uno será una personal "poco visual" (el ciego"), otra será una persona "poco móvil" (el que no puede caminar), categorías que entrarán en paralelo con las personas inseguras, envidiosas, del mal humor, etc.
Y el genérico discapacitado, como ya dije, no existirá más.
Esto también alegrará a esos que no querían usar la palabra discapacitado, ahorrándoles la invención de palabras tanto o más feas como "minusválido", frases largas e indecibles como "personas de capacidades diferentes", etc.
Si te encontraras conmigo, al menos yo me edificaría al conocer tu porcentaje de ‘torpeza social’, creo te llevo la delantera… ¡en algo más de 90 puntos porcentuales!
Lástima que el sistema de derechos contemporáneo coadyuve para que la gente se defina en términos de lo que no tiene, de lo que no es.
Confío en que la próxima vez que la encuentres, ella ya cómoda, luego de dialogar contigo, termine diciendo: “ah, lo olvidaba, creo que tengo un 135% en saltar con fuerza cada día de la cama, 190% en sano orgullo de madre, y un 175% -y en ascenso- en capacidad de sobreponerme a las dificultades cotidianas”. Entonces, ya con alivio y sin susurros, tú también podrás compartir tus otros porcentajes… los del ser.
Juan: sí, pensaba en todos esos eufemismos cuando hablaba con ella, y mientras escribía la entrada. No me metí con este tema, pero en todo esto entra qué cosa es "normal" y qué no.
Mario: ja! Si me eché un poco de tierra encima, vos te enterraste. No, no creo que te toque un 90%, tal como decís. Pero güeno...cada uno sabe, ¿vio?
Un prof. amigo del psic. familiar del esposo de la escocesa (la cazastesss?) alguna vez me movió las napas haciéndome ver que, excepto ya sabemos Quién y Su madre, todos somos a-normales, (no somos la medida de normalidad de nada). Y todo se complica porque encima es Aquel –el normalito– el que revela al hombre lo que es el hombre. Quilombo padre (o hijo). Si perdemos “esa referencia”, por lógica la anormalidad pasa a ser el criterio de normalidad y... “en esas andamos, vio” (¿con o sin acento el “vio”?, ¿podés creer que lo entrecomillado no aparece en el Dioogle? -es como lo de en torno a/en torno de-, nunca los aprenderé).
En fin, Houston total entre psic. y teol que no vamo’a resolver acá. Por eso, aunque comparto el motivo, poner como “la” conclusión que a todos nos chifla el moño no me cierra (y el optimismo antrop., eh eh eh???).
“Diferencia de más de 90% puntos porcentuales”, faltó sumar tus 9%… ahora sí: six feet under! Ok, lo admito, no tengo umbral. Me fui.
Hay una fila de muebles y personas paradas en la puerta que quieren dar fe de otro tipo de torpezas.
Mario: esto amerita una charla, no tengo tu capacidad para hacer todo una análisis teo-filo-antropo en dos líneas. Por las dudas, y para empezar, viva el optimismo antropológico, canejo.(¿vió?, ahora sí).
Huguiyo: guiyo, guiyo, guiyo. No te olvides que una vez me llevé puesto el Palacio de Tribunales. Entero, gris y de granito. No tengo problemas en admitirlo.
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