
Todos fueron jóvenes, guapos, íntimamente revolucionarios y deliraron, aunque sea una vez, por los aguayos.
Quisieron viajar y conocer mundo (primero, siempre Europa), y creyeron que estaban llamados a grandes cosas por el país -la patria, como un dolor de muelas- y por la sociedad.
Nada los distraía de aquellas grandes cosas; siempre hubo un tiempo para la ayuda social. Y entre crisis política y crisis económica, decían que sí a toda propuesta que los sacara del puño de la medianía.
Pero a la vez iba creciendo por dentro el deseo de comodidad y estrellato. Triunfar, como decían, con los pies en el barro.
En el trance, los más sinceros se casaron pronto o se hicieron religiosos; tal vez por algo poderoso que les entró en el corazón a contramano, tal vez por vivir en carne la aventura. Nadie los entendió.
Otros siguieron estudiando, sacándose la carrera a saltos, mientras trabajaban y siempre tenían medio día para cruzarse la ciudad, dar una mano en la villa, hacer teatro y buscar el amor.
Se fueron colando por aquella red maravillosa los más audaces: media generación emigró afuera. Desde el exilio, empezaron a mandar mails y actualizaciones en el feísbuc con paisajes nevados, bigbens y turbantes; todas postales de vidas exitantes y útiles que los que se quedaron envidiaban en la ignorancia y los que se fueron (detrás de los flashes, trabajando a destajo en un barsucho, peleando por conseguir la tan deseada nacionalidad), no podían alcanzar.
Todos, a la larga, querían lo mismo: un asado el domingo en la quinta, muy cerca de la nona, del Negro, de mamá.
Todos eran jóvenes, valientes e íntimamente revolucionarios.
foto, ahí.
Quisieron viajar y conocer mundo (primero, siempre Europa), y creyeron que estaban llamados a grandes cosas por el país -la patria, como un dolor de muelas- y por la sociedad.
Nada los distraía de aquellas grandes cosas; siempre hubo un tiempo para la ayuda social. Y entre crisis política y crisis económica, decían que sí a toda propuesta que los sacara del puño de la medianía.
Pero a la vez iba creciendo por dentro el deseo de comodidad y estrellato. Triunfar, como decían, con los pies en el barro.
En el trance, los más sinceros se casaron pronto o se hicieron religiosos; tal vez por algo poderoso que les entró en el corazón a contramano, tal vez por vivir en carne la aventura. Nadie los entendió.
Otros siguieron estudiando, sacándose la carrera a saltos, mientras trabajaban y siempre tenían medio día para cruzarse la ciudad, dar una mano en la villa, hacer teatro y buscar el amor.
Se fueron colando por aquella red maravillosa los más audaces: media generación emigró afuera. Desde el exilio, empezaron a mandar mails y actualizaciones en el feísbuc con paisajes nevados, bigbens y turbantes; todas postales de vidas exitantes y útiles que los que se quedaron envidiaban en la ignorancia y los que se fueron (detrás de los flashes, trabajando a destajo en un barsucho, peleando por conseguir la tan deseada nacionalidad), no podían alcanzar.
Todos, a la larga, querían lo mismo: un asado el domingo en la quinta, muy cerca de la nona, del Negro, de mamá.
Todos eran jóvenes, valientes e íntimamente revolucionarios.
foto, ahí.
1 comentario:
Qué bueno que puedas decir "todos" y esos todos te sean tan cercanos. O dicho de otra forma: Qué bueno ser tantos que pueda hablarse como de una generación.
("La patria como un dolor de muelas" es algo marechaliano, aunque algo menos sublime, un dolor de muelas es menos sublime que "un dolor que no tiene bautismo").
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