miércoles, 7 de abril de 2010

Tierra austral y recóndita

Me quedo con la adrenalina pasmosa de un martes cualquiera, o no cualquiera, este martes, lejos del fárrago, en una clase que me deja sin voz, aburrida de escucharme, pero fascinada con la fascinación del cuento (todos al final sólo quieren oír un cuento). Y pienso que tal vez se me va la mano en la energía que le pongo a casi todo. (A planchar, no). 
Cuelgo el delantal blanco imaginario, me voy de nuevo a mi mesa, y ella se me acerca y me pide consejo. Quiere investigar sobre la pervivencia de los onas y me lo pide a mí, que soy pobre. No le asustan mis arrugas ni mis canas. Yo sólo conozco a un amigo experto en el área y le doy su mail y me acuerdo de aquellas fotos de los salesianos con los pies descalzos y las pieles de pumas colgadas de los hombros. Ese horror de la conquista, dicen, ese exterminio. Desde ahora, sin mirar, decimos que todo eso fue un error; culpamos al arte barroco de lujo religioso, al evangelizador de obsesivo opresivo, a los europeos de dominantes, corruptos, sádicos. Y yo me pregunto porqué seguimos leyendo la historia desde este banco de fórmica ergonómica, como si aquellos tuvieran que haber pensado como nosotros hoy, por supuesto, más sabios, tecnológicos y pluralistas.
Hago silencio y les pregunto en qué lugar del mundo y de la historia creen que estamos.

2 comentarios:

Santiago dijo...

Tal vez leyendo la historia, repensandonos entendemos lo que ya no puede volver a ser. La desigualdad y el abuso del poder, como su combate, es tan vieja como el hombre.

Melusina dijo...

AyDiohmío con los horizontes de sentido!! Es la barrera más cabrona de todas. Que Gadamer nos pille confesados!!

Miles de besos a todos