Nos encerraban a los tres en una especie de patio de concentración kirchnerista. No era campo, era el patio de un edificio público, como si fuera Tribunales. Las carceleras que nos controlaban era chicas monísimas, como azafatas, y tardaban medio minuto en contestar una pregunta. Se ponían tensas cuando yo preguntaba por mis lentes de contacto o por la insulina: entienda que sin esas dos cosas, nos morimos, le decía. Al menos dejénme ir a buscarlos, ¡están en el bolso!
La tarea que nos habían encomendado a nosotros y a todos lo que estaban ahí era limpiar el suelo de un patio sucio con un cepillito. Había chicos y chicas, todos de nuestra generación. A los bebés y niños los habían dejado en un cuarto con las puertas de cristales grandes y altas, tapadas con cortinas de jardín de infantes en casa chorizo. Al parecer, los trataban bien porque ellos eran el futuro de la Gran Argentina Bolivariana.
Había gente que yo no había visto en años, y ahí estábamos después de larga ausencia, todos vestidos como de un día normal, de trabajo. Todo había empezado con un asalto a un restaurant donde comíamos y desde donde nos habían deportado.
Yo era la más tranquila de todas, e iba preguntando cosas a las azafatas que me respondían con datos secretos de mi vida, como si hubieran leído un legajo: Así que te casaste primero por civil y después por iglesia, así que sos profesora....y después decían cosas como: pedíle a san Fermín que te ayude, como si supieran que había estado en Pamplona. Yo no me amedrentaba. Les hablaba con serenidad y ellas se irritaban porque hablaba así.
Supe que F. estaría bien. En algún momento imaginé que no le cambiarían el pañal, así que pensé les diré que lo dejen sin pañal y aprenderá a ir solo pronto. Él es muy valiente.
Una chica que estaba a mi lado dejó el cepillito en el suelo y, loca de histeria, intentó huir, pero las amenazas fueron terribles. Los hombres, los más relajados, contaban sus vidas en voz alta mientras terminaban con desgano de pulir unas baldosas. Él me pidió azúcar, así que fui de nuevo al mostrador de la azafata a buscar azúcar y me dieron un caramelo. Qué rastreros estos kirchner, pensé, ¿para qué nos cobran tantos impuestos? para meternos en este patio a limpiar baldosas y encima cuando les pido algo para comer, me dan un sugus de menta.
La última parte del sueño me quedé pensando en cómo huiríamos a Uruguay por tierra. No era la mejor manera de escapar, pero Buquebus no operaba. Ahí sí conseguiriamos el líquido de las lentes y las inyecciones.
Los créditos decían: El mejor espacio de la libertad es la conciencia.
5 comentarios:
Estás como una regadera, querida amiga. Pero te quiero igual.
yo no fui....fue mi subconsciente, los residuos del día, etc.
quedate allá
'tás a tiempo
Mae, mi vieja se haría una panzada con tu sueño... Qué cuadro Dios mío! Supongo que no habrá sido un despertar placentero, no?
De sólo imaginámerlo ya me pongo mal.
Vos, por las dudas, no te olvides de la pastillita azul cada mañana amiga...jeje
Besos!
Uhhh, ¡esto da para hablar largo y tendido de tu subconsciente, Mae!!!
Abrazo loco
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