Llegaron las Pascuas, una fiesta más honda y decisiva, una de las que duran una semana y no llega la primavera. Como en Navidad, hace años que he decidido que hay que cambiar las costumbres para estas fechas, aunque por fin, lo del huevo de chocolate y la rosca peguen bien con el clima. No lo del conejo y su productibilidad. Por aqui estalla el otoño. Aunque en el revés de los días, es otro estallido, y por suerte reina el color.
Hemos pasado los días en casa, la del otro lado del río. Pasé demasiado bien: tuve despedida de soltera y procesiones. Después de los treinta, las despedidas son menos eroticocéntricas y más largas. La cosa pasa por pasar días juntas, en parajes de miniturismo, entre amigas que no nos vemos tanto pero que nos conocemos mucho, compartiendo la vida como unas inexpertas equilibristas buscando puntos de apoyo.
Días pasados, dos amigas que vivían en el exterior avisaron que regresaban. Otra confidente que se sentaba al lado me dijo: pst...¿por qué no te volvés? No tuve una respuesta inmediata, pero supe que las cosas se cuecen a fuego lento. Que hay que tragar saliva, un poco, y seguir el llamado esencial. Decidir la felicidad de la tierra o la del abrazo. La felicidad de la tierra es: paz, armonía, gobiernos respetuosos, orden progesivo, productos importados, todo aquello de lo que carece la tierra del abrazo. Y en la del abrazo, muchos golpeteos de cachilas rumiantes, defalcos, hecatombes sin rituales y, claro, los abrazos de toda la vida.
2 comentarios:
Lo de las despedidas eroticocéntricas es genial (digo la expresión, las despedidas ni idea).
Y lo de las dos tierras hace que se piante un lagrimón (y eso que yo estoy acá). Te zarpaste, bah.
Me encantó verte el otro día, conocer a tus pichones (hermosos!!!)y charlar sobre niñeras, muebles vintage y decoración amateur! je! Cariños!!!
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