viernes, 20 de abril de 2007

Diario de Viaje : Praga-Kutna Hora-Dresden


PRAGA

Martes 21-3

Salimos de Pamplona con la nieve, no con el sol, en pleno martes hacia la estación de buses .La tormenta nos obligó a viajar con borceguíes, después de una ajetreada jornada de astascos, clases y alumnos dormidos al son de la tormenta.

La llegada a Madrid por la noche, la noche en el hostal Numancia, han quedado en el recuerdo de las peores…como para compensar tantas mejores que venían después. Hostal Numancia: olor a cigarrillo y a ventana sin sol.

Miércoles 22-3

Amanecimos, rauda conexión de subte por Madrid (cada día nos gusta más esta metrópoli y yo la entiendo más gracias a Serrano). Llegamos a Barajas dormidos. El viaje por Swiss Madrid-Zurich: perfecto. Igual que Zurich-Praga: el español se iba quedando atrás. Babel andante: Centroeuropa. La llegada a Praga en el mediodía nos mostró una ciudad bajo el cielo encapotado de marzo. Cambiamos los euros por coronas. Nadie nos supo hablar de los próceres de sus monedas. En un rincón del aeropuerto compramos nuestro primer (e ilusa pensé que iba a ser el único) libro en checo: Motocyklové Deníky, del Che, es decir, sus diarios de motocicleta. Una edición barata, claro, pero preciosa.

Del aeropuerto aprendimos a sacar boletos, tomamos un bus y después el metro hasta nuestra estación: Karlovo Namesti. Hay palabras que se quedan: esta es una. Namesti: plaza, square, piazza….en todas las ciudades es clave saber qué es calle, avenida o plaza.

Namesti, Most (puente), Nové Mestó (ciudad nueva), Stare Mestó (ciudad vieja), etc.

Hotel L´Opera: muy limpio y sobrio atendido por un turquito muy amable con un inglés bueno. Lo encontramos en el patio central de una manzana, después de cruzar el umbral del inofensivo cabaret Naná. Casinos por doquier. Una ciudad levantada del comunismo tiene un no-sé-qué- sórdido pero encantador. Esta noche Praga no es muy acogedora, pero el denominador común de KFC (Kentucky ..) o del McDonals nos hace sentir como en casa en cualquier lugar (mal que nos pese, el postcolonialismo..jaja).

Jueves 22-3

La ciudad nos espera. Mi inglés se despierta de sus años de modorra fatal: logré pedir 2 cafés y un muffin, después de hacerle todas las muecas posibles a la angloanalfabeta de la pobre cajera checa. Bien, amigo diabético o dietólogo: no hay edulcorante en toda Praga. No existe esa posibilidad en los bares. Terminamos comprando azucar light en el super (asi, como suena): una mezcla de sacarosa y sacarina.

Mientras desayunamos, Nacho se empeña en hacer un sudoku en checo. Los números son los mismos, fue fácil. Pero después se dedicó a hacer un crucigrama: inventando las respuestas pero coincidiendo todas. Es un as. Por ejemplo, primat, papa. Hodin, horas. Nádhera, estado. Mi chico es políglota,che.

Paseo por Nové Mestó: la ciudad nueva, es decir, la que se creó desde el siglo XVIII para acá. Cruzamos el río Ultava sobre un puente de trenes. La ciudad nos tiró ahí una de sus mejores vistas. Caminamos mucho, mirando siempre hacia los techos y frisos: son todo un espectáculo. Es una ciudad-arquitectura. Hace frío, pero da ganas de caminar. Los tranvías rojos cruzan los adoquines de la ciudad vieja y la nueva. Son un espectáculo. Prometemos recorrernos un trayecto entero de uno más adelante. Nos perdimos en una librería del mismo barrio: compramos el segundo libro en checo y postales de la ciudad, de Adolf Muchá y una guía de Praga. Después de almorzar: café colombiano en bar de paisanos. Escuchamos ballenatos y “Llegando está el carnaval” en versión quena. Insólito. Vimos “las Torres Danzantes”: ¿cómo hacer que los edificios se muevan? Ahí lo descubrimos. Luego seguimos a pie: el Narodni Didvalo (Teatro Nacional), Las Ursulinas y dos edificios Art Nouveau que me dejaron sin aire. Dimos vueltas por varias calles de piedra y llegamos a una iglesita protestante, St. Michele. Llegamos al Ayuntamiento de la ciudad nueva, al Oberni Dum (un edificio del XIX que ahora es hall de concierto y muestra perfecta de art nv.) Al lado, una torre negra y medieval se alza, dándole un toque gótico. Dimos una vuelta tan larga que llegamos a la estación de trenes y a una autopista. Conclusión: todas las ciudades del mundo tienen su Liniers. Cantamos canciones y mantuvimos una conversación durante 10 minutos basada en carteles en checo que salían al paso.

Caminamos largo por Italska hasta que nos agarró la noche y apeamos en la pizzería Ima: la italianidad nos acorrala en esta ciudad. Debajo de cada piedra hay un italiano, con sus anteojos de Dolce y Gabana, su campera de capucha con piel y su restaurant.

Praga está de moda, se ve.

23-3

Desayuno checo: café con leche, lechuga violeta, huevo duro y quesos de toda clase.

Caminata larga larga por la ciudad. Staromestske namesti: plaza principal. Capilla de Belén. Almuerzo típico checo. Compramos entradas para escuchar un concierto de Dvorak y Tchaikovsky en el Oberni Dum. Pasamos por la cada de la Madonna Negra, la casa de los Tres Reyes y la Iglesia San Gil (Sv. Jiljí). Da un poco de pena ver que la mayoría de las iglesias, protestantes y católicas, son hoy prácticamente museos y salas de conciertos. Vimos un reloj astronómico enorme, y un esqueleto que danza al aire libre cuando da la hora en punto. El Museo Nacional es una réplica del congreso de diputados nuestro, al decir de Sarmiento, “seguro que nos plagiaron” (¡!). Ahí en frente, la plaza donde una muchedumbre de jóvenes cansados y un poco despistados, lograron en diez días de 1990, el derrocamiento del comunismo en la llamada “Revolución de Terciopelo”.

24-3

Recorrida por la segunda parte del Barrio Antiguo. Vimos pasar una maratón multicultural, racial y etaria: muy pintoresca.

Llegamos al puente Cechuv donde unas gárgolas de hierro parece que se están por tirar al río, espantadas del progresista puente del XIX. Bajamos al lado del río, donde sacamos unas fotos en las que tengo cara de frío. Paseamos por el barrio judío, el Josefov: muchas sinagogas y el viejo barrio judío, donde está el ayuntamiento con el reloj en hebreo y el cementerio tricentenario. Conocimos unos de los claustros góticos más viejos de Europa: el de St. Agnes, donde ahora hay un museo medieval. También encontramos una iglesia sin puerta y otra de las tantas torres negras medievales que fueron en algún momento, parte de la muralla de la ciudad.

Por la noche, el concierto en el Oberni Dum. No estábamos de gala, y aunque no hacía falta, hubiese estado muy bien. El lugar es hermoso, el concierto espectacular: la filarmónica de Praga y un solo de violoncello que daban ganas de salir a abrazar a la concertista.

25-3

Fue un día con una hora menos, pero no lo supimos hasta bien tarde. Siendo 25 de marzo, se supone que es el día en que empieza la primavera en este hemisferio, y se adelanta una hora el reloj. Por eso llegamos tarde a la misa en latín de San Ignacio, a la que íbamos a ir con la esperanza de asistir a una misa entendible (bue…) Al final decidimos ir a una en francés que era a las 17. Llegamos a esa hora y vimos que era una fiesta italiana: cura barbudo, guitarra, jóvenes con dolce gabana, y alguna que otra con pinta monjil. Era ni mas ni menos que la iglesia donde está el Niño Jesús de Praga. Algo muy loco: cada banco tenía una estufita individual arriba del reclinatorio (¡!). Caímos ahí de casualidad. Al salir, esperando que fueran las 18, vimos que todos los relojes marcaban las siete de la tarde. Petardos: ese día había que cambiar el reloj!!

Nos tomamos el tranvía 22 y cruzamos del otro lado del Ultava. El barrio antiguo continúa en esa margen. Llegamos al castillo de Praga, imponente, y vimos la catedral de San Vito que está dentro del castillo. Un neo-gótico con vitrales, uno de esos, hecho por Mucha. Impresionante: ahí entendí lo que siempre me habían dicho del gótico. Nos quedamos adentro y fuera de la catedral mucho tiempo. A Nacho es lo que más le gustó por ahora.

Con la idea de conocer los alrededores de Praga y no sólo el centro, nos tomamos el 22 ida y vuelta hasta las terminales. Nada del otro mundo. Un suburbano con gusto a comunismo. Nos bajamos antes de lo previsto, en lo que llaman “la pequeña Venecia”. Eso tiene tanto de Venecia como el río Reconquista en Bella Vista. Igualmente, es un lugar muy bonito, sobre todo al llegar el Karlovo Most, el famoso puente de Carlos. ¡Espectacular! Era de noche, las torres estaban iluminadas: caminamos en silencio por el puente. Se respiraba algo misterioso en el aire. En medio del recorrido escuchamos un mini concierto de copas de cristal con agua. El tipo, un maestro.


KUTNÁ-HORA

26-3

Llegamos a este pueblo cercano a Praga cerca de las 12 y 30. Desde la estación caminamos hacia las afueras del pueblo hasta encontrar la catedral abandonada durante 250 años, de la Asunción de María. Era de los cistercenses. Ahora la están reconstruyendo. Seguimos camino hacia el cementerio y al famoso osario de Kutna Hora. Es un lugar solitario pero muy agradable. La capilla está divida en dos plantas. La de abajo está toda decorada con huesos humanos: calaveras, omóplatos, tibias….hay escudos, una araña, un cáliz, una cruz, pilotes y adornos todos hechos con huesos. Es muy de cuento gótico, pero el origen fue que en ese cementerio habían llevado tierra del Calvario y mucha gente quería ser enterrada ahí. Cuando pasó a manos particulares, los terratenientes no sabían que hacer con tantos huesos y se les ocurrió esa particular decoración. Un poco morbis, pero con la idea de contemplar la muerte, certera para todos, de una forma poco sutil pero eficaz. Estuvimos un rato largo.

Luego llegamos al pueblo propiamente, al casco antiguo, que es hermoso. Está lleno de calles de piedras que suben y bajan. Paramos en un bar montado en medio de una casa, decorado como si fuera una casa de abuela: sillones tapizados de flores, mesas de distintos estilos, alfombras, lámparas, viejas fotos, figurines de modelos de ropa, etc. Algo que me impresiona de este pueblo es que, aunque no se ubique fácilmente en el mapa de lo chico que es, cuando llegás ves como si quisiese mostrar su importancia: sobre todo es divino el conjunto de cúpulas góticas y barrocas que se alzan (las primeras negras y agudas, las segundas, verdes y redondeadas).

Después del café, conocimos la catedral de Santa Bárbara. Después caminamos por las callecitas encontrando más casas, palacios y capillas de múltiples siglos y nos imaginamos cómo sería vivir ahí: salir de tu casa, una mañana cualquiera, y ver a primera vista pintada en la pared del vecino un fresco del siglo XVII.

Llegamos a la estación de buses para volver a la ciudad a las 18:04. Hacía cuatro minutos que nos había cerrado la boletería. Eso sería el comienzo de una pequeña odisea. No habíamos sacado boleto de vuelta y no sabíamos cuándo pasaba el próximo bus a Praga. Había algunos esperando buses y nos fuimos acercando a cada cartelera para ver si nos enterábamos de algo, pero estaba todo en un checo cerrado y con horarios al revés: mostraba las horas de llegada pero nunca de partida. Desciframos en un andén posibles datos y nos quedamos esperando ahí. Pero poco a poco nuestros compañeros con pinta de extranjeros nos fueron abandonando en sendos buses que no iban a Praga. Sólo se quedaron ahí dos chicas góticas, vestidas todas de negro y con cara de islandesas. Estas estaban muy relajadas, sin saber bien qué estaban esperando. Pero tampoco parecía importarles. Les preguntamos en inglés si iban a Praga y si sabían cuándo pasaba el próximo bus. Respondieron “si” y “no” respectivamente. Estaban ahí desde las 18.00 y eran siete menos diez y seguían ahí. Ahí me acordé de que también había trenes que iban a Kutna Hora y ahí nos fuimos Nach y yo con las dos islandesas atrás (caras bien blancas, ojos celestes. Había una que claramente era esquimal).

Llegamos a la estación: un boletero alto y pelado, con cara de policía de las SS, nos dijo que un tren salía en 45 minutos a Praga. La felicidad volvió a nosotros y festejamos tomando cerveza y sacándonos fotos en el andén y en las vías. No pasaba ni un hilo de aire. Cuando se hizo la hora, apareció un vagón-locomotora. Es decir, un tren de la década del 60 de un solo vagón. Cuando el vagón empezó a hacer ruiditos, lo miro al pelado de las SS y en perfecto castellano le digo “¿es ese?” A lo que mas por sentido común que por sapiencia, me contesta que si. Ahí nos subimos nosotros, las islandesas y dos tipos más. El vagón dio marcha atrás y luego hacia delante y nos dejó en la estación siguiente, que se ve que era la principal. Ahí había que hacer trasbordo a otro tren (fue el viaje mas corto en el tren mas corto que conocimos hasta hoy) No nos pudimos hacer entender con la prolija señora boletera: subimos a otro tren que no era y nos hicieron bajar y tuvimos que esperar otros 50 minutos otro tren. Aprendimos cómo se decía andén en checo y nunca lo olvidaremos. Nos dedicamos a leer, a hacer crucigramas y a observar a unos turcos que andaban por ahí. Al cumplirse la hora, las islandesas nos guiaron esta vez al tren que nos llevaría de vuelta a casa. El tren de camarotes llegó entrada la noche a la estación central. Vimos a nuestras dos compañeras por última vez en la estación de metro de Hlavní Nadrazí (estación central) pero volviendo a la entrada, como si se hubiesen equivocado de dirección.

27-3

Fue un día tranquilo. Recorrimos la zona del Museo Nacional y la plaza de Wenceslao, la de la revolución de terciopelo. Ahí nos separamos por unas horas: Nacho quedó en una librería y yo me fui a sacar fotos que me quedaban pendientes: el reloj astronómico y el puente de Carlos. A la tarde fuimos al Museo del Comunismo. La exposición era muy sencilla, muy casera, pero me gustó mucho: pintaba la vida y los hechos históricos de Checoslovaquia durante casi 50 años. Impresionante la historia: no pararon los conflictos. Despojos de otra época era los bustos y estatuas de Marx y Lenin apiladas en los rincones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ché, suena muy interesante. Me dan muchas ganas de ir... de nuevo.