Encarar un viaje es imposible sin cargamento de libros de mano. Me esperan casi 24 horas de trashumancia entre el lunes y martes, entre trenes y aviones, y tengo un caudal de ellos que vienen con diferentes melodías:
La buena terrorista, de Lessing, para sentirme un poco progre.
La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, para comprender la melancolía de mis peruanos amigos.
Sudeste, de Conti, un enigma. Para ir sintonizándome con el Río de la Plata.
Las memorias de Mamá Blanca, de Parra, una promesa.
1 comentario:
¡Me encanta leer en el avión! Pero, cuando los demás pasajeros y sus hijitos me lo permiten, también intento echar una cabezada.
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